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Otomí

Hace un par de meses se compartió en las redes la denuncia de Horacio Franco sobre una artesana Otomí que estaba con ellos en un evento en Casa Lamm. Ella quiso ir al baño pero le impidieron la entrada al baño de clientes y la hicieron entrar al baño de servicio.

Ella salió llorando, sintiéndose muy mal por la discriminación.

Fue discriminada por su vestimenta.

Fue discriminada por pertenecer a un grupo indígena.

Fue discriminada por su cultura, esa, de la que los mexicanos nos sentimos tan orgullosos.

Entiendo la discriminación desde muchos lugares: porque soy yucateca, porque soy gorda, porque soy chaparra, porque soy morena, porque soy autodidacta, porque soy mujer.

Todas las personas que hemos sufrido discriminación, hemos sentido – de una u otra manera – que nos prohíben la entrada, que nos cierran la puerta a la cara, que nos dicen “No, tú no”.

Entiendo perfecto la sensación de Brígida Ricardo Matilde, tan la entiendo que escribo y los ojos comienzan a arder para evadir las lágrimas.

Muchas veces me prohibieron la entrada a lugares que no eran “compatibles” con mi aspecto físico o mi vestimenta. En alguna ocasión, fue por usar chanclas o huaraches, específicamente: “Por no usar zapatos cerrados”.

Toda vez que sucedió, entendí que no era mi lugar, puse una sonrisa incómoda para mí – pero muy cómoda para los discriminadores -, bajé la cabeza y me retiré del lugar sin discutir, sin pelear, sin argumentar. ¿Cómo se me ocurrió que podría entrar ahí?

En Mérida, cuando salgo con huipil a algún lugar “caro” siempre hay miradas suspicaces y burlescas sobre mí.

La blanca Mérida, tan multicultural y poderosa, es una ciudad racista y clasista, de ahí vengo, por eso sé de lo que hablo.

Alguna vez, me dijeron que mi obra no era “el rostro de la cultura” que se quería compartir en cierto recinto cultural. Mi obra, que había viajado por el mundo, está traducida al inglés y publicada en libros y revistas internacionales. Mi obra tenía un rostro que no gustaba a las autoridades culturales. Mi obra habla de mujeres mestizas y la violencia y discriminación que se ejerce sobre ellas.

Recuerdo que salimos mi hermana y yo de función, decidimos quedarnos con nuestros hermosos huipiles bordados. Mi hermana se detuvo en una de esas máquinas que atrapan muñecos de peluche, nos paramos alrededor de ella para compartir su emoción. Las miradas de curiosidad eran evidentes. Un tipo nos gritó: “Jala, jala, mesticitas, no gasten su dinero, vayan a su casa a comer tortillas”.

El tipo consideró que, por nuestra vestimenta, no teníamos derecho ni dinero para jugar por unas cuantas monedas. Mi hermana y las actrices siguieron jugando, yo no. Las palabras de ese hombre quedaron retumbando en mi cabeza. Nos consideraba pobres, indígenas, y eso, desde su punto de vista, nos quitaba el derecho de usar nuestro dinero en lo que quisiéramos, incluso en algo tan sencillo e importante como jugar. Me quedé muda…Mi hermana me dijo: no le hagas caso, así me lo hacen siempre.

En otra ocasión, necesitaba un medicamento, el dolor me doblaba en dos, me puse un huipil, unas sandalias y fui a la farmacia, el encargado me miró de pies a cabeza, me repitió varias veces que el medicamento era caro. Es decir, por mi aspecto y vestimenta, él daba por sentado que yo no podía pagarlo. Sufriendo por el dolor, saqué unos billetes para demostrarle que podía pagarlo. Se sorprendió, me vendió el medicamento, los tomé, y me fui. El dolor de la enfermedad cesó con los medicamentos.

El dolor de la discriminación aún necesita atención, es una herida que no sólo se ignora, también es una herida de la que muchos se burlan; quizá porque nunca la han sentido, quizá porque la han abierto sobre otros, quizá porque dicen que no existe, quizá porque nunca la han mirado.

La herida de la discriminación necesita exponerse, hablarse, se necesita; en un país en el que, un hotel en Tulum, les prohíbe a sus empleados hablar Maya, su lengua natal.

En un país en el que hay zonas de la Riviera Maya en la que está prohibida la entrada… ¿A quién cree? ¡A los Mayas!

En un país en el que a una mujer Otomí se le dice que ese no es su lugar y se le manda a otro porque su vestimenta reduce sus opciones.

En un país en el que los niños de las comunidades indígenas no encuentran representación en los medios.

En un país en el que el color de nuestra piel parece ser una condena.

En un país en el que, si eres prieto, tu representación más constante en el cine y la televisión será como asesino, empleada doméstica, narcotraficante o violador.

Necesitamos hablar de los lugares en los que nos miran con rechazo si algo en nosotros indica que pertenecemos a una etnia.

Yo nulifiqué mi acento yucateco para evitar burlas y bullying étnico. Hay gente que me dice: “Te robaron tu acento”. No, no me lo robaron, hablo como yucateca cuando estoy en confianza y sé que no habrá burlas o chistes que señalen a los yucatecos como torpes o idiotas.

México cultural y diverso, México herido que aún no quieres vernos; como muchos que dicen que nos victimizamos, que hablamos de discriminación para volvernos famosos, que somos resentidos.

Necesitamos hablar de discriminación porque su espectro y sus consecuencias son mucho más grandes de lo que queremos ver.

Yo ya no guardo silencio, ya no les regalo la comodidad de mi sonrisa, prefiero regalarles la incomodidad de mis letras.