«Me gusta la poesía en lenguas originarias, porque es rebelde a las reglas y estructuras de «la buena poesía». La poesía de unos pocos, de nadie.
Me gusta leer entre páginas palabras que me remiten a mi raíz. Me abrazan los recuerdos al encontrarme con alguna de ellas. Me sostienen y me regresan a mi punto inicial».
«¿Qué pasaría si abriéramos un libro, y nos encontramos con que, aquella palabra que nuestra abuela nos repetía tan seguido, estuviera postrada en papel?»
Poesía a mi pueblo, a mi barrio, a mi abuela, a mi tribu
De mi abuela nació la lengua,
de la lengua nació la vida.
La vida creció en estos campos,
y de los campos saliste tú.
Mujer de intranquila mirada.
Mirada que grita furiosa,
al ver que la lengua de su madre,
es suplantada por otra más «honrosa».
¿Más honrosa, dices? ¿Con qué vara se mide la honradez? La honradez de una lengua que cargó en sus entrañas a toda una civilización. ¿Honra? ¿Qué Honra pueden tener aquellos que con su altanería y supuesta educación, vienen a estas tierras a implantarnos su pensar y su corrección?
La lengua se implantó.
La hablamos, es verdad.
Pero poco tiempo nos llevó
pa contar con ella nuestra verdad.
La verdad es que los cerros,
los ríos,
y las flores,
no entienden de hispanismos.
Necesitan de su lengua,
la lengua que les dió respiro.
Tomamos su alfabeto, lo hicimos nuestro. Y al cabo de un tiempo, nos volvimos sus dueños. Modificamos sus palabras para poder comunicarnos con los peces. Creamos otras nuevas, porque así de ingeniosa es nuestra gente. Combinamos lenguas, alteramos las reglas, y ustedes asustados gritaron: «¡No, indios sin educación! ¿Cómo osan ensuciar mi buen español?»
¿Buen español, dices? ¿De qué sirve hablar un buen español, si el que lo cargó en su pecho fue el mismo que con espada y cruz en mano gritó pavoroso: «¡En nombre de mi rey y de mi Dios, doy muerte a estos indios, y les robo el corazón!»?
Ahora que tenemos su lengua.
Ahora que la hemos vuelto nuestra.
Ahora que los indios la hablan,
la escriben
y la cantan,
vuelven, miserables,
para decirnos que la forma en que la hablamos
la escribimos,
la cantamos,
es detestable e impía
¡Ja! Me río en sus barbas.
Detestable es pensar que un par de letras no se pueden modificar. Las letras, el idioma y la lengua marcan nuestra realidad. Nos dan aviso claro del lugar en donde estamos. El lugar de donde venimos. Nuestro estar y nuestra ausencia. Y en este contexto, dan cuenta de nuestra RESISTENCIA.
Poseemos lenguas,
la suya se agregó.
Y querían que la adoptaramos…
Pues bien, nuestra ya es.
El español se habla en los pueblos,
en los barrios,
en las aldeas.
El español se ha vuelto parte de nuestra tierra.
Pero no, jamás será el mismo español que ustedes intentaron introducir. Ese se va junto contigo, allá, de vuelta donde nace el sol. Sus reglas, su orden y su supuesta educación no caben aquí.
Porque los morros, los guaches, los chamacos, los escuincles, los niños, los huercos, un nuevo idioma están por construir.
De mi abuela nació la lengua,
de la lengua nació la vida.
La vida creció en estos campos,
y de los campos saliste tú.
Mujer de intranquila mirada.
Mirada que grita dichosa,
al ver que la lengua de su madre
es ahora una flor con hartas mariposas
¿Mariposas, dices? Yo les llamo historias y raíces. Las raíces que crecen en la lengua, la lengua que se envuelve en las historias. Y la historia le pertenece a cada individuo. Y cada individuo forma una tribu. Y esas tribus son las que cuidarán y protegerán estas tierras, sus lenguas, sus raíces.
Para mi abuela, Emilia Verástegui.
A la que le arrebataron su lengua, y aún así, buscó la forma de jamás callar. Con errores, con «nacadas», sin reglas y sin estructura.
Para mis compitas del barrio de Xaltocan, Edo de México. La bondojito, CDMX. Santa Inés, Edo de México.
Y principalmente, para mi tierra, Valle de Galeana, Guerrero.
Todos somos unos incultos de la lengua, pero nos la apropiamos y seguiremos resistiendo.
Para Wess Montoya, joven impetuoso y buen amigo.