¿Y cómo no serlo?, si desde niña me dijeron que mi color de piel no era bello. Que me tocaba ser la lista, la simpática, la bromista porque el lugar de la bonita ya estaba ocupado por una rubia, de ojos claros y cabellos dorados. A ella era a la que todo el tiempo chuleaban, la que tenía ese lugar por haber nacido así, güerita.
¿Cómo no voy a ser una resentida?, si creciendo, me repitieron mil veces que ojalá hubiera sacado el ojo claro como mi papá, que por qué no me parecía a mis tías blancas, que ojalá me pusiera más blanquita con el tiempo y se me quitara lo prieta.
¿Saben? Durante años esto no me molestaba, es decir, lo tenía tan normalizado que todas mis inseguridades, todos mis miedos, mis angustias, los achacaba a otras razones. Estaba tan acostumbrada a ser racializada, que no me había ni siquiera percatado de las muchas veces que me habían humillado por mi color de piel y eso que, siendo honestos, yo soy de las privilegiadas. Entre los ejercicios que he tenido que hacer, está el de entender, aceptar y agradecer mis muchos privilegios y al hacerlo, me duele la panza de pensar lo que ha tenido que vivir la gente que es menos afortunada que yo.
Es un proceso rudo, este. Primero, aceptarme como prieta, luego, entender que fui racializada. Enojarme por ello y luego soltar, al final no necesito la validación de nadie. Eso no implica que no quiera luchar para cambiar las cosas. Tampoco implica que algunos días no me acepte como una resentida, enojada por lo que me ha tocado o por las cosas tan absurdas que, de pronto, leo en redes sociales o que me dicen o por el hecho de que sigo siendo discriminada, constantemente. Más bien, lo que ha cambiado, es el amor con el que hago cada una de las cosas a favor de una causa que ahora mueve prácticamente todos los aspectos de mi vida. No estoy sola y eso ha sido un regalo del universo. Yo que siempre me he reído de los grupos de ayuda, ahora soy la más agradecida de haber encontrado a Poder Prieto. No lo digo como si fuéramos una secta, porque de pronto estoy consciente de que suena así, sino, más bien, como este espacio seguro en el que puedo expresarme y donde hay muchas otras personas que han vivido lo mismo que yo, que me contienen, que me escuchan, que me reconocen y se reconocen en mí. Y somos muchos más, ahí nada más, el 85% de la población mexicana.
Quiero contarles que llegué a Poder Prieto por uno de mis hermanitos de CasAzul y, poco a poco, empezaron a unirse otros amigos; la mayoría actores prietos que están como yo, hasta la madre de no verse representados en los medios de comunicación. Pero no crean que esto siempre fue así. Hace nada, yo ni siquiera me daba cuenta de la blanquitud de nuestros medios. Jamás me había puesto atención, salvo las veces que no me habían querido hacer casting porque: “El personaje es una profesionista”; que, ahora que lo pienso, han sido varias. Por eso, no me sorprende que cuando exigimos representación, la gente no entiende de qué estamos hablando pero, ¿se han puesto a pensar lo que esto implica?, ¿lo violento que es?, ¿lo que se le está diciendo a ese 80% prieto, cuando solamente nos dan personajes que representan delincuentes, personas de servicio o pobres? Porque, a mí, me da una tristeza profunda pensar que no hay un solo superhéroe en el que nuestros niños se puedan ver. Y sí, con esto se fue generando un enojo que abrió una herida que ya estaba, sólo que no era consciente de ella. Así que, lo acepto, soy una resentida con todo el derecho de serlo. He aprendido a canalizar todos esos sentimientos a una causa a la que, con todo el amor del mundo, le estoy dedicando mucho trabajo porque creo, con certeza absoluta, que esto va a cambiar; que lo voy a ver y que, poco a poco, otros prietos irán despertando y exigiendo lo que les corresponde. Eso es lo que nos corresponde. No estamos en contra de nadie, no hay un blanco específico por derribar, hay un sistema que tiene que cambiar porque, como dice mi querido Alan Uribe: Vamos tarde.